lunes, 25 de febrero de 2008

El oficio más rico del mundo

El oficio más rico del mundo


–Pensamos que sería una grata sorpresa.

Y lo era. En medio de aquellos manteles tan galanes, de la platería chillante y la fontana de frutas, flores plásticas y aromas, en medio de todo aquello esa manzana que le recordaba su trabajo, su obligación y su arte.

Claro, no era la primera vez. El ingenio en estos días no tiene padre, ni madre, le pertenece a todos, al pueblo. Ese chistecito de “pensamos que sería una grata sorpresa” y luego la ocurrente anfitriona “sí, ya sabe, como usted sólo pinta manzanas, pues por qué no regalarla con una delicia así para su fino paladar”. Siempre la misma excusa “es una manzana cosechada y traída desde España” “Está preparada con canela” “está rellena de….”

Gusanos. Y ¿ella tenía la culpa? ¿Ella podía culparse de haber escogido el oficio más lindo del mundo? Descubrirse en la escuela de pintura como en un espejo y luego morder el poder de las repeticiones, de las repeticiones y los giros. Warhol parece siempre igual pero nunca es el mismo rezaba esa maestra anciana con brazos de pellejos guangos de nunca sostener una brocha con la fuerza de una idea fija, como la suya propia: quiero ser artista famosa.

Aunque, en realidad, todo llegó sin proponérselo. Fue como toparse con un billete en la escalera, como despertarse en el suelo y saber que anteanoche se ha estado volando, rondando el limbo azul y onírico de las alas, de la pequeñez del mundo y la grandeza del arte. La manzana también había caído del cielo. Se le ocurrió sin más, de una frase que soltó una amiga, de un pegamento rojo publicitario o, quizá también, de algún librito de crítica en francés.

Si hubiera sabido que el arte no sólo era glamour, que tendría que soportar a una montaña de imbéciles que la miran hoy, mientras mastica la suave pulpa de la costumbre, de las rojas y blancas tiras apuntaladas por negras semillas.

Ahora retenía ese bocado con la misma mandíbula y los nervios firmes que le habían ganado tantos éxitos. Cortó un gajo magro, abrió la boca en un gesto que le pareció lentísimo, redondo, abismal, como abrir los ojos en una madrugada pegajosa por el insomnio. Quiso ser otra, pintar dalís o cubismos o picasos.

Dio un primer bocado. Respira todo es mental. Un segundo. Demasiado condimento ¿Canela? No dijo que el relleno era... Un tercer bocado. Todo es men…Los espectadores veían a su presa con la nariz deformada como por una vitrina, cuchicheando y olfateando a la pintora-pececillo. Manjar, todo es… Aunque las repeticiones no siempre son suculentas hubo un final feliz, pequeño y selecto como su obra. Pero digamos, sólo por decir, que el vómito y la nausea traicionó un posible cuarto bocado, que sus espectadores lo confundieron entonces con el relleno y lo guardan en una repisa como mayor muestra del movimiento que ahora críticos debaten como el revolucionario abstractogastrointestinismo que ahora les da de comer.

angelus novus

Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.

Walter Benjamin